La ciudadanía exige acción ante la ola de crímenes que azota la ciudad, mientras se espera la intervención de fuerzas federales.
El domingo se convirtió en un día de conmoción y protesta en las calles de Rosario, luego de los brutales asesinatos del colectivero Marcos D’Aloia y del joven playero Bruno Bussanich, ambos vinculados a un trasfondo narco que sacude a la ciudad. Centenares de ciudadanos salieron a manifestarse, expresando su indignación y miedo ante la creciente violencia.
El crimen del joven Bussanich, de tan solo 25 años, ha dejado una profunda huella en la comunidad, exacerbando el temor y la ira colectiva. Según informes preliminares, el asesinato habría sido perpetrado por presuntos sicarios, quienes no solo acabaron con la vida del joven, sino que también dejaron un mensaje intimidatorio dirigido tanto a las autoridades como a la población en general, amenazando con más violencia y muerte.
La situación ha llevado a que los ciudadanos salgan a las calles en un cacerolazo masivo, haciendo sonar sus cacerolas desde sus balcones y sumándose a bocinazos desde los vehículos en las principales arterias de la ciudad. Este clamor popular refleja el profundo descontento y la urgencia de medidas efectivas por parte de las autoridades para frenar la espiral de violencia narcotráfico-relacionada que ha cobrado demasiadas vidas inocentes. Ante esta escalada de violencia, la ciudad de Rosario aguarda la intervención inminente de fuerzas federales para tratar de contener la situación y devolver la seguridad a sus habitantes. El llamado es claro: se requiere una respuesta contundente y coordinada para enfrentar el flagelo del narcotráfico y proteger a la ciudadanía de más tragedias como las que hoy lamentamos






